martes, 7 de mayo de 2013

Un año sin Internet y te quedas más solo que Pi


Un año sin Internet y te quedas más solo que Pi




Uno de los experimentos más extremos de la era digital lo puso en marcha Paul Miller, un redactor de tecnología del blog The Verge, conectado permanentemente y cuyo trabajo consistía en probar todo tipo de juguetes tecnológicos.

Ya hemos hablado en un post anterior de su misión: No conectarse a Internet durante todo un año. Pues bien, el año ha pasado, la misión ha concluido y nuestro hombre vuelve al redil (léase a Internet) con el rabo entre las piernas. 
Poco ha quedado de los tintes épicos de los primeros meses de su experimento -él mismo reconoció que por un momento fantaseó con la idea de ser una especie de salvador de la humanidad que revelaría al mundo cómo Internet era una especie de maleficio que estaba "corrompiendo su alma". 
Paul tenía 26 años cuando se sometió por voluntad propia a su particular travesía del desierto. Pensó que perdería su trabajo, pero a los editores de The Verge la experiencia les pareció suficientemente excéntrica como para seguirle pagando su sueldo a cambio de que una vez por semana contara su vida de desconectado.
Este es el diario de su año sabático sin Internet. Unas crónicas que tecleaba en su casa y luego llevaba en metro a la redacción en un pen drive para que una colega lo subiera a la web. 
 Veamos lo que cuenta en esta especie de declaración de principios que él titula I am still here back on line after a year without the Internet (Aquí estoy todavía. La vuelta on line después de un año sin Internet). 
"Estaba equivocado". Así empieza su Mea Culpa. Paul dice que ha conseguido su propósito: ser un hombre 100% libre de Internet durante 365 días. Un tiempo durante el cual no ha revisado su email, no ha navegado por la web ni ha puesto un Like en sitio alguno.
Según cuenta, se salió de Internet porque pensaba que lo estaba convirtiendo en una persona improductiva e impaciente, y confiaba que un año de desintoxicación digital le transformaría en una especie de Mesías, un iluminado que contaría al mundo cómo renunciar a Internet lo había convertido en "un ser real y casi perfecto". 
Sin embargo -cuenta en The Verge-, el día que se disponía a contar su experiencia se despertó a las ocho de la tarde después de dormir todo el día, y con ocho mensajes de voz acumulados en el buzón de su teléfono. Antes de sentarse a trabajar, recogió dos periódicos y la revista The New Yorker del café más próximo. Entre medias vio Toy Story. Y todavía dio varias vueltas antes de empezar a escribir.
Primera conclusión: Internet nos distrae y mucho, pero no es lo único. Puestos a dispersarnos, a ser improductivos, y -para usar esa palabra tan moderna, a procrastinar-, disponemos de infinitos recursos en el mundo off line.  
I Etapa. La inocencia
A las 23.59 del 30 de abril de 2012, Paul apagó su router. Cambió su smartphone por un teléfono móvil de primera generación y se sintió liberado. Dos semanas después asistió a una reunión de judíos ultra ortodoxos en Nueva York que aprendían de los rabinos más respetados cuáles eran los peligros de Internet. "Está reprogramando nuestras relaciones, nuestras emociones y nuestra sensibilidad", decían. Los nuevos amigos de Paul lo animaban a "parar y disfrutar del olor de las flores". Paul pensó que tenía por delante un año espléndido. 
"Mi vida se lleno de acontecimientos: encuentros con personas en la vida real, paseos en bici, y literatura griega. Sin saber cómo, escribí la mitad de mi novela y conseguí entregar mi artículo a tiempo cada semana". Además, Paul perdió cerca de siete kilogramos y se compró ropa nueva. La gente le decía lo bien que estaba y lo feliz que parecía. 
Aunque se sentía un poco solo y bastante aburrido estaba contento con el cambio. En el mes de agosto escribió en su diario: "El aburrimiento y la ausencia de estímulos constantes me ayudan a concentrarme en las cosas que realmente importan, como escribir y pasar tiempo con los demás". 
Su atención mejoró y pudo leer cien páginas de La Odisea de una sentada. Antes leer diez seguidas le costaba lo suyo. Notó que al estar fuera de la influencia de Internet sus ideas eran diferentes a las del resto. Se sentía un poco excéntrico y eso le gustaba. 
Sin su Iphone (y sin el Imessage, tan popular en Estados Unidos como el Whatsapp entre nosotros) Paul se vio obligado a dar la cara y a aprender a manejarse en situaciones sociales incómodas, que antes solía sortear con mensajes de textos y emoticonos de sonrisitas y guiños. Como también había renunciado a sus seguidores deTwitter tuvo que ir a buscarlos a la vida real. Se sentía más conectado con la gente y con su familia. "Menos capullo, básicamente", dice en su artículo. Y apunta un hecho inédito e inexplicable en su vida: "He llorado viendo Los Miserables". 
En aquellos primeros meses estaba seguro de que su hipótesis era correcta. Liberarse de Internet lo convertiría en una versión mejor de sí mismo. 
II Etapa. La realidad
Contra todo pronóstico, los asuntos prácticos como consultar un mapa (de papel) o comprar un billete de avión (lo hacía por teléfono) no fueron un problema durante el año de abstinencia. 
Lo que sí supuso un verdadero obstáculo fue la lentitud del correo. Durante ese año, Paul adquirió un apartado postal y en los primeros meses le causaba gran alegría encontrar su buzón repleto de cartas tangibles de sus lectores anti Internet, impresas en papel, algunas manuscritas. Pero al tiempo, empezó a sentir remordimientos al comprobar que no estaba dispuesto a contestar ni a corresponder a semejante avalancha de gratitud. Debía hacerlo por misivas impresas que debían enviarse por correo postal. "Por alguna razón, ir a Correos empezó a sonarme como otro trabajo". Al poco tiempo empezó a temer a las cartas y a sentir cierto resentimiento hacia ellas. "Comprobé que responder una docena de cartas a la semana era tan agobiante como gestionar cientos de emails en un día". 
Y dejó de culpar a Internet de todas sus desgracias. "Un buen libro es un gran motivo para leer tengas o no Internet. Salir de casa y pasar tiempo con tus amigos es una elección personal que tampoco está tan condicionada por tener o no una conexión disponible", explica. 
A finales de 2012 Paul había adoptado un nuevo estilo de vida. "Había abandonado mis buenos hábitos de los primeros meses  y había descubierto nuevos vicios off line."En lugar de aprovechar la ausencia de la hiperestimulación de la red para ser más creativo, me convertí en un consumidor pasivo y en un marginado social". 
"En un año apenas cogí la bici (...) La mayoría de las semanas no salía con mis amigos ni una vez. Mi lugar favorito era el sofá, y mi postura natural, subir los pies a la mesa del salón para jugar a Borderlands 2 o Skate 3

III Etapa. Los problemas
Como hemos dicho las cosas prácticas como consultar un mapa o ir físicamente a comprar en una tienda no fueron grandes problemas para el redactor de The Verge. Sin embargo, sin Internet le resultaba muy difícil encontrar y quedar con gente. "Es más difícil hacer una llamada que mandar un email, es infinitamente más fácil mandar un Whatsapp, chatear o hacer un FaceTime que acercarse hasta la casa de un colega", reconoce Paul. "Al principio superé todos esos obstáculos pero no me duró demasiado tiempo".
"Es difícil decir qué cambió exactamente. Supongo que en los primeros meses estaba bien porque  sentía la ausencia de las presiones de Internet. Mi libertad era tangible. Pero cuando dejé de mirar mi vida en el contexto de "Yo no uso Internet", la existencia off line se me antojó vulgar y sacó lo peor de mi". 
Paul empezó a pensar que si algo le sucedía y su teléfono se quedaba sin batería, nadie podría ayudarlo. Fantaseaba con la idea de que en un momento dado sus padres enviarían a alguien a su casa para asegurarse de que seguía vivo. "Con Internet es muy fácil saber que alguien está vivo y sano, es fácil colaborar con los compañeros de trabajo y ser una parte relevante de la sociedad. Se ha gastado mucha tinta sobre el falso concepto de Amigo de Facebook pero puedo decirles que un amigo de Facebook es mejor que nada", escribe en su reportaje. 
Quizás Paul tuvo mala suerte. Durante su experimento, su mejor amigo, con quien hablaba por teléfono una vez a la semana, se mudó a China y dejaron de charlar. Su otro colega cambió de trabajo y desapareció. Estas dos circunstancias y su salida de Internet acabaron con su vida social. 
IV La Revelación
En Marzo, Paul fue a una conferencia en Nueva York con el sugestivo nombre Teorizando sobre la web. Y exactamente eso le pareció que hacían todos los ponentes con sus complicadas tesis doctorales sobre la definición de la realidad en la era postdigital y cosas por el estilo. "Cada teoría asumía que Internet estaba en todas partes mientras yo experimentaba mi propio aislamiento en aquella sala".
Lo mejor que sacó de la reunión fue una conversación con Nathan Jurgenson, otro teórico de la red que le digo algo así: "Hay mucha realidad en lo virtual y mucha virtualidad en lo real. Cuando usamos un teléfono o un ordenador seguimos teniendo sangre humana y ocupamos tiempo y espacio. Cuando estamos corriendo por el campo, aún sin conexión, Internet sigue en nuestros pensamientos. Pensamos por ejemplo: ¿Qué voy a tuitear cuando regrese a casa?"
La frase fue reveladora para Paul. Su plan había sido salirse de Internet para estar más en contacto con la realidad, pero su mundo real estaba estrechamente ligado a Internet. Así lo cuenta él: "No voy a decir que mi vida era diferente sin Internet, pero tampoco era la vida real".  
V La vuelta al redil
El 1 de Mayo de 2013 a las doce, Paul volvió a Internet tras un año de desconexión. Había leído cientos de artículos más o menos dramáticos sobre efecto de Internet sobre los humanos, que si nos volvía estúpidos, que si nos convertía en lobos solitarios... Por su experiencia podía decir que Internet no es una ocupación individual, es algo que se hace con los otros. "Internet está donde está la gente", sentencia al final de su reportaje. 
Ninguno de sus tropezones ha sido suficiente para garantizar su uso "racional" o "adecuado" de la red, cualquier cosa que eso signifique. Y el chico avisa: " Cuando vuelva a Internet es posible que pierda el tiempo, que me distraiga o que haga click en sitios inadecuados, y seguramente no tendré tiempo de escribir la gran novela de ciencia ficción americana. Pero al menos estaré conectado". 
Después de esto, ¿quién será la próxima cobaya en tomarse un año sabático de Internet? ¿Alguien con ganas de probar en el auditorio? 

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